el acuerdo con irán y la comunidad hebrea
                           
        
        
 
                
    
    
En El libro de los abrazos Eduardo Galeano 
cuenta que la primera vez que el filósofo Santiago Kovadloff llevó a su 
hijo Diego a conocer el mar, el niño, temblando ante la desmesurada 
belleza del paisaje, deslumbrado por la inmensidad azul del océano, 
apenas si alcanzó a pedirle a su padre que lo ayudara a mirar. Era tan 
sublime el espectáculo que no le alcanzaba con su propia vista. El 
ensayista que supo comprender el alma de Fernando Pessoa y tradujo al 
español la soledad de sus poemas escritos en portugués, ¿advertirá que, 
al igual que su hijo ya grande, este pueblo tampoco necesita que lo 
ayuden a mirar? Con seguir teniendo bien abiertos los ojos basta.
Kicillof y Timerman también son hijos de la comunidad hebrea. En el
 caso del viceministro de Hacienda, fue el diario La Nación quien lo 
denunció. ¿Aunque de otra "clase", pensará Kovadloff? Y esa clase, ¿cuál
 es? ¿Qué variable determina su pertenencia? ¿Sólo cultural o religiosa?
 ¿Económica e ideológica, no? ¿Las cuatro? ¿Acaso será que se excluyen 
una a la otra? ¿No se enmarca en la historia, en la lucha de clases, en 
el tablero geopolítico, en las necesidades imperiales de última hora, el
 único acuerdo político factible de ser alcanzado por un Estado –el 
argentino– que, en este tiempo, a esta altura dura del mundo, todavía 
insiste con aquello de “justicia, justicia perseguirás”?
Santiago Kovadloff, entre lo judío y la derecha
¿Será que para él habrá una "nueva clase" de judíos en la Argentina: los que están en el gobierno a un lado, y quienes los enfrentan con insultos y amenazas al otro?
Si Santiago Kovadloff cree que la política oficial en materia de 
Derechos Humanos, esto es, los juicios penales en tribunales ordinarios y
 las condenas en cárcel común a los responsables del genocidio, 
configuran "sólo una media verdad (que) habla de las atrocidades 
consumadas desde el Estado, (mientras que) la otra media verdad se 
enmascara y termina por distorsionar incluso el alcance de la primera", 
es hasta obvio que ahora se pregunte: "¿dónde está la política de 
Derechos Humanos de un gobierno que tiene oídos para los que violan esos
 derechos y no los tiene para quienes exigen su vigencia?", en relación 
al Memorándum de Entendimiento con Irán, como dijo días atrás en el acto
 desarrollado frente al Museo del Holocausto. 
Quien sostiene que "fue el terrorismo (las organizaciones 
revolucionarias de la década del '70) el primero en recurrir a la 
violencia armada", y que aún está impune "la criminalidad de tantos 
delitos cometidos en nombre de la revolución", es natural que hoy afirme
 que "hay una nueva clase de desaparecidos en la Argentina. Son los 
asesinados en la AMIA y la embajada de Israel." La progresista 
Federación de Entidades Culturales Judías en la Argentina (ICUF), que, 
entre otras, integra el legendario teatro IFT, piensa muy diferente. 
Nadie, no obstante, podrá demandarle a Kovadloff falta de 
consecuencia en su pensamiento; el problema es cuando el hilo que 
hilvana los argumentos deja ver sus torpes costuras. 
El filósofo que ayer supo integrar junto a Marcos Aguinis, Luis 
Gregorich y Juan José Sebrelli, entre otros, el Grupo Malba, base de 
sustentación intelectual de la candidatura presidencial de Ricardo López
 Murphy en 2003, y que algunos años después, hasta hoy, se sumara al 
menjunje de pensadores y figuras del espectáculo –desde sofistas hasta 
capocómicos de chistes verdes– que apoya la carrera política de Mauricio
 Macri, no aclara ahora cuál es la especificidad desde la que interviene
 en el debate público: si un filósofo metido en el barro de lo 
electoral, si un integrante del segmento más reaccionario de la 
comunidad judía, si un cuadro de la derecha argentina ciertamente muy 
venida a menos, o las tres condiciones juntas.  
Santiago Kovadloff no escribió para La Nación una columna en la que
 alertara sobre "la industria de la muerte que prosperó en los campos de
 concentración alemanes, y la ‘comercialización de la muerte’", cuando 
Axel Kicillof y su familia sufrieron un ataque antisemita y macartista 
en el barco que los traía de Colonia. Momentito: en un foro de Internet 
se dice que Kovadloff rechazó por radio los insultos al funcionario de 
Economía, aunque, enhebrando sus explicaciones con ese hilo ordinario 
que zurce el previsible relato de la derecha, tomó suficiente distancia 
de los hechos y responsabilizó al gobierno por el clima de 
"intolerancia".  
¿Será que para él habrá una "nueva clase" de judíos en la 
Argentina: los que están en el gobierno a un lado, y quienes los 
enfrentan con insultos y amenazas al otro, incluso contratando los 
servicios de los más bajos pretextos y especulaciones, como el fantasma 
del "tercer atentado"?
Según Rosa Luxemburgo, "los discípulos de Marx y la clase obrera 
(creen que) la cuestión judía, como tal, no existe". En otras palabras, 
que las persecuciones que debió atravesar el pueblo judío en todos sus 
siglos de existencia son, a la altura del capitalismo, parte de una 
contradicción mayor y definitoria, que las comprende: el conflicto 
intraclases y la lucha del proletariado. Las lecturas de ambos 
pensadores son evidentemente ortodoxas, quizás reduccionistas, pero 
aportan. A pesar de haber un Holocausto en el medio, todavía sirven para
 pensar la problemática. "El pueblo judío se ha conservado y 
desarrollado a través de la historia, en la historia y con la historia" y
 no "a pesar de la historia", había dicho Carlos Marx, muy joven, en La 
Cuestión Judía. Y ya lo decía el Manifiesto: "La historia de la 
humanidad es la historia de la lucha de clases." 
Se dirá, con razón, que ni Marx ni Rosa Luxemburgo presintieron a 
Hitler. La Shoa fue un crimen contra la humanidad muy posterior a sus 
vidas. Pero el apartheid sudafricano (demasiado parecido al régimen 
nazi) también fue ulterior, y si bien culminó formalmente en la última 
década del siglo XX, los privilegios económicos de la casta blanca 
permanecen inalterables: los segregacionistas raciales holandeses 
mantienen sus dominios y riquezas, y los millones de negros sólo son 
legítimos propietarios de la desocupación y el sida. El problema, 
indudablemente, es otro. 
Al igual que Carlos Marx, Luxemburgo –la "rosa roja", como le 
decían quienes la asesinaron– era judía. Alemana y judía. "La Rosa roja 
ahora también ha desaparecido,/ dónde se encuentra es desconocido./ 
Porque ella a los pobres la verdad ha dicho,/ los ricos del mundo la han
 extinguido", escribió para ella Bertolt Brecht, igualmente rojo y 
judío, mientras su cuerpo era buscado en todo Berlín, que ya sabía del 
crimen. 
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