peronismo y lucha ideológica
                           
        
        
            
"Será revolucionario o no será nada" 
            
Tantas décadas después del 17 de Octubre, el peronismo quizás sea una filosofía del poder. No sería poco.
          
               
 
  
     
   
                
            
                        Para Hugo Moyano el partido Justicialista se 
convirtió en una "cáscara vacía", incapaz de expresar la rica pulpa que 
el camionero representa. Cuando eso dijo en Huracán, en diciembre de 
2011, todavía no marchaba a la Plaza de Mayo con Luis Barrionuevo, ni 
sus protestas merecían la encendida solidaridad de la Sociedad Rural. 
Ahora se sabe que estaba hablando de otra fruta.
Curada en salud, la derecha aprendió a no dudar: sin demasiados giros 
sintácticos sostiene que cuanto más a la izquierda esté el peronismo más
 peronista será. Quizás leyó mejor que muchos a John William Cooke, para
 quien "el único nacionalismo auténtico es el que busque liberarnos de 
la servidumbre real: ése es el nacionalismo de la clase obrera y demás 
sectores populares, y por eso la liberación de la Patria y la revolución
 social son una misma cosa, de la misma manera que semicolonia y 
oligarquía son también lo mismo." El concepto, formulado por Cooke en 
Cuba 52 años atrás, aún hoy sirve para entender lo que pasó en Mar del 
Plata hace una semana.
A propósito, el pasado sábado Jorge Fernández Díaz así tituló su columna
 en el diario La Nación: "Cómo nos gusta que el peronismo nos mienta." 
En la nota de mención, su autor comparaba el arribo de la Fragata 
Libertad al puerto marplatense con la llegada a la misma orilla –pero 
hace 22 años– del portaviones norteamericano Kitty Hawk, transportando 
50 aviones de combate en su lomo. Ilusión menemista de "Primer mundo" 
entonces, fantasías de "patria sí, colonia no" ahora, bajo el mismo 
soporte ideológico, lo suficientemente elástico, vago e impreciso como 
para poder contener con singular gracia dos perfiles políticos tan 
disímiles: el peronismo.
Lo que intriga es el título, sin embargo. Fernández Díaz se posa sobre 
una distancia que no convence a nadie, y apelando a la segunda persona 
del plural asume para sí la subjetividad de una sociedad aparentemente 
manipulada, engañada deliberada y repetidamente por el peronismo. A 
Julio Cobos, que hablaba de sí mismo en tercera persona, y siempre 
estuvo ajeno a casi todo (especialmente el gobierno nacional que supo 
integrar -que no supo integrar- durante cuatro largos años), no le 
habría salido mejor.
Tantas décadas después del 17 de Octubre, el peronismo quizás sea una 
filosofía del poder. No sería poco. Tal vez incluso menos que eso: un 
manual de procedimiento. De ahí que "Néstor y Cristina militaban de 
lejos el peronismo noventista", como dice, enojado, Fernández Díaz. Sin 
dudas estaban esperando su oportunidad. En la Argentina, la izquierda 
que se asume como tal, meramente formal y explícita, adolece de la 
imprescindible lectura de ese vademécum. "Todo es ilusión, menos el 
poder", decía Lenin. De Altamira a Giustiniani preferirían vivir de 
ensueños. "Todo es fantasía, menos gobernar", aportaría Kirchner. "Para 
los 40 millones de argentinos", agregaría, y sin neutralidades, Cristina
 Fernández.
 Cuántos que creen “ganar las discusiones” quisieran contar con esa 
afiatada maquinita de mandar. Hay una izquierda que vive despotricando 
contra el Estado y después se casa por Civil. Pronuncia discursos con 
principios morales para adornar que el día de la votación mete en el 
sobre una hoja de papel de diario. ¿Será que aceptan dócilmente que su 
módico universo electoral se circunscriba a "las necias que se mueren 
por los charlatanes", como decía Roberto Arlt?
Con tal de existir, cierta "izquierda de derecha" se esmera en parecer 
otra cosa. De otro modo no se explica la insólita solidaridad de Hermes 
Binner con Henrique Capriles, ni la caminata por Playa Grande en bikini 
de Victoria Donda junto a Alfonso Prat Gay, secundados por Humberto 
Tumini, quien luciendo su chamise Lacoste no tuvo mejor idea que 
confiarle al cronista del diario La Nación que los militantes del ERP no
 se enriquecían como los funcionarios de La Cámpora.
Qué sorpresa enterarnos cuatro décadas después del Devotazo que al 
centenario diario de la familia Mitre Mario Roberto Santucho le resulta 
más amigable que Eduardo "Wado" de Pedro. A 40 años de las ofensivas 
luchas de la clase obrera, a la derecha le viene bien cualquier 
argumento que desmienta y contradiga a quienes quieren poner otra vez a 
la delantera a las clases subalternas. Está visto: el oportunismo no es 
sólo un recurso de los viejos habitué a la unidad básica.
Para la derecha, el peronismo será tolerable en tanto tienda hacia la 
conjunción entre clases objetivamente incompatibles, aunque bajo el 
claro predominio de la burguesía. "La reconciliación", diría Ricardo 
Darín. Y si no, no. Un "peronismo" que se chupe el dedo y se cuide bien 
de no "disparar" con 22 mensajes seguidos vía Twitter, de 140 caracteres
 cada uno, para responder la más corrosiva acción de prensa que haya 
padecido un gobierno democrático. Lo de Cristina, "una metralleta para 
violar la división de poderes y sitiar la justicia"; las mil tapas de 
Clarín y otras tantas operaciones de Magnetto contra el gobierno, el 
sagrado derecho a la "libertad de expresión". Singularidades de la 
"prensa independiente".
Las únicas pujas políticas a ser aceptadas por la derecha serán las que 
protagonicen las distintas facciones de la burguesía: un "peronismo" 
noventista y financiero enfrentado a otro desarrollista y proindustrial,
 que sustituya por producciones locales las mercancías hasta ayer 
importadas, incluso a costa de cierta inflación. Pero jamás si se 
resuelven crecientemente en favor de los trabajadores las 
contradicciones propias de toda sociedad capitalista. Eva en el billete 
de cien pesos, vaya y pase; su rostro mirando desafiante las calles de 
Barrio Norte, y comprensiva hacia Barracas, todavía; pero la 
distribución progresiva del ingreso, la juventud "unida y organizada" 
ocupando puestos clave del Estado, rejuveneciendo con nuevas prácticas 
transformadoras y mirada estratégica las viejas estructuras políticas y 
los gordos aparatos burocráticos, eso nunca.
El peronismo, mal que les pese a tantos y tantas a la derecha del 
escenario actual, tiene marcado desde sus orígenes otra cosa, muy 
distinta de lo que de Piumato a Claudia Rucci quisieran para él. Le 
sienta mejor la foto de Cristina en La Habana, con Nicolás Maduro y los 
hermanos Castro, que el forzado minué que aspiran a bailar desde Moyano 
hasta Mauricio Macri. Todavía hoy no pocos insisten en creer que "el 
peronismo será revolucionario o no será nada". Así, al menos, pensaba 
Eva Duarte de Perón.
 
 
 
 
            
        
          
        
          
        
malas palabras
                           
        
        
            
¿Pueden imaginarse a Hebe presa?
            
¿El fiscal habrá pensado igual sobre Eduardo Buzzi, cuando dijo que había que "desgastar" al gobierno?
          
               
 
  
     
   
                
            
                        Lo único que le falta a la justicia de ojos 
siempre abiertos, atenta a las necesidades de última hora de las 
corporaciones económicas, es meter presa a Hebe de Bonafini. Si un juez 
federal hiciera caso a la acusación del fiscal Diego Nicholson y 
procesara a la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, 
estaríamos ante un salto cualitativo en los escándalos que es capaz de 
provocar el Poder Judicial. Seguramente se ahondaría la crisis de la 
justicia, que atraviesa una edificante discusión ideológica despachos 
adentro y cuya disputa alcanzó tomas de posición públicas.
Qué preocupada debe estar la derecha judicial al ver cómo crece la 
cantidad de jueces, fiscales, defensores y funcionarios que suscriben 
las solicitadas por "Una justicia legítima". Naturalmente, cuanto más 
democrática quiera ser la justicia, más retrógrados se volverán sus 
múltiples segmentos reaccionarios. Equilibrio de las especies, que se 
dice.
Es notable, pero en su presentación judicial el fiscal le imputa "lo 
vulgar de las palabras" de Hebe, no obstantes lo cual "esa exigencia no 
debe ser sólo entendido como provenientes de alguien de muy mala 
educación (sino) como partes de una misma acción intimidatoria". Las 
malas palabras. Hebe no aprende más. 
Prisión a la emblemática Madre de Plaza de Mayo por presionar con malos 
modales a los jueces, no como hace Magnetto, que erosiona gobiernos 
democráticos a través del límpido recurso de la operación de prensa, ese
 genuino recurso de las corporaciones en las sociedades liberales. ¿No 
tienen acaso los pueblos derecho a peticionar y a reclamar públicamente 
por lo que creen justo? 
¿El fiscal habrá pensado igual sobre Eduardo Buzzi, cuando el capo de la
 Federación Agraria dijo que había que "desgastar" al gobierno? Claro, 
Buzzi acababa de ganar la batalla legislativa por la Resolución 125. Por
 entonces, el partido de los dueños de la tierra contaba con un 
vicepresidente propio. ¿Qué juez o fiscal habría de procesarlo? Por otra
 parte, ¿no debieran ser los propios jueces de la Corte los que, si se 
sintieran amenazados por las Madres, solicitaran un refuerzo policial a 
sus custodias?
La justicia se permite ser coaccionada por los poderes fácticos, pero 
siempre con buena educación. ¿Alguna vez alguien leyó de los editores en
 jefe del diario La Nación una puteada? El mayor exabrupto de Clarín fue
 haber pedido el procesamiento de periodistas por el delito de lesa 
opinión, y si bien fue una barbaridad democrática, el barniz del 
discurso procesal penal lo disimuló bastante. 
¿Dónde están que no se oyen los que decían que el Ministerio Público 
fiscal era un apéndice del oficialismo, cuyos magistrados estaban 
alineados a la conducción de la Procuradora general de la Nación, 
Alejandra Gils Carbo?
En parte, no sería en vano que suceda. Si sobreviniera un procesamiento 
de Hebe se abrirían, por fin, las compuertas que mantienen cerrados, 
ajenos a la democracia, los tribunales, y que impiden verla a la Señora 
de ojos vendados cómo mira por debajo de la gasa. En ese caso, ni falta 
haría que las Madres pronuncien su discurso al fin de cada marcha de los
 jueves al pie de las escalinatas del Palacio, esquivando la caca de 
palomas. La democracia se merece de una vez que las formas se parezcan 
al fondo del asunto. 
 
 
 
polémico pedido del actor
                           
        
        
            
El Grupo Darín y la reconciliación nacional
            
Darín tendrá un merecido Oscar en su curriculum, pero la presidenta cuenta con el respaldo popular.
          
               
 
  
     
   
                
            
                        Si no brinda conferencias de prensa es 
"soberbia y autoritaria"; si responde a las críticas que considera 
injustas o infundadas porque "individualiza". A la prensa hegemónica no 
hay nada que haga o deje de hacer la presidenta que le venga bien. 
Naturalmente, todo lo que hace un mandatario es materia opinable, pero 
¿todo debe ser criticado simplemente porque lo hizo o lo dijo la 
presidenta? Es notable: a la carta de respuesta de Cristina Fernández de
 Kirchner a la irrespetuosa diatriba (¿o denuncia a la marchanta?) 
planteada por el actor Ricardo Darín, le dicen "crítica de la presidenta
 a Darín por dudar del origen de su patrimonio". La crítica, en todo 
caso, fue del actor, que empezó primero, y mereció la réplica de la 
gobernanta. Como si la mandataria que inviste el cargo más importante de
 la República no fuese tal cosa, sino, apenas, una vecina  interviniendo
 intempestivamente en una reunión de consorcio. 
Según el sistema de sentidos creado unilateralmente por la prensa 
opositora, Darín puede sugerir despreocupadamente que el dinero del 
matrimonio Kirchner creció de modo irregular, pero la presidenta debe 
evitar responderle. Para el organigrama mediático que estipula lo que 
está bien y lo que está mal, si lo hiciera atentaría gravemente contra 
la libertad de expresión de un artista. Ricardo Darín tendrá un merecido
 Oscar en su curriculum vitae, pero la presidenta cuenta con un respaldo
 popular mayoritario, expresado en las urnas de la democracia, que debe 
honrar. ¿Por qué una mandataria revalidada en su cargo menos de un año y
 medio atrás, debe dejar pasar que un actor multipremiado, con mucha 
prensa, mimado por la crítica cinematográfica, le diga corrupta? Si lo 
hiciera, ¿no estaría defraudando la confianza y la responsabilidad 
depositadas en ella por la ciudadanía? 
Darín puede decir cualquier cosa contra la presidenta porque es el mejor
 actor argentino. Los demás, apenas una cohorte de aplaudidores que 
viaja en avión presidencial al festival de cine de Mar del Plata. Fito 
Páez toca porque le pagan; Alfredo Casero es un auténtico artista porque
 no trabaja en el canal público. ¿Y la gente? La gente va a Plaza de 
Mayo a disfrutar del concierto de Charly García, no a festejar los 29 de
 democracia, menos que menos a escuchar el discurso de la presidenta. 
Hay, no obstante, un tramo de la respuesta de Cristina Fernández en su 
carta fechada en El Calafate, que, desafortunadamente, fue omitido en el
 tratamiento mediático que se le dio al tema. Es el referido a la 
"reconciliación". Dijo la presidenta: "Me interesa saber a qué se 
refiere. ¿A los juicios de lesa humanidad? Porque ha habido alguna 
jerarquía eclesiástica que se ha referido a terminar con los juicios por
 la memoria, verdad y justicia utilizando justamente el término 
‘reconciliación’. O tal vez usted se refiera a que me reconcilie con 
quienes me desean la muerte, festejan la de Néstor o les gustaría 
destituirme. ¿No sería mejor pedir que cesen los insultos, las 
agresiones, los golpes a periodistas o la falta de respeto a la voluntad
 popular?"
Y sigue Cristina: "La palabra ‘reconciliación’ goza de múltiples 
acepciones. ¿Con quiénes deberíamos reconciliarnos? Porque créame, no 
estoy peleada con nadie, aunque sí es público y claro que existen 
diferencias de pensamiento con respecto a nuestro proyecto de país, 
políticas públicas, la memoria, verdad y justicia... y eso es vivir en 
un país democrático. No ponerse de acuerdo también es un derecho, como 
lo es resolver de acuerdo a la voluntad y responsabilidad que el voto 
popular le ha asignado a cada uno, sin la menor soberbia, simplemente 
con la responsabilidad que me otorga la Constitución Nacional".
Paradójico. Justo cuando el país asiste a una grosera operación de 
prensa que busca desprestigiar la política oficial en materia de 
Derechos Humanos, haciendo foco en el ministro de Justicia, los medios 
se saltean las precisiones de Cristina Fernández respecto de la 
"reconciliación". Raro. 
Realmente, es mucho más edificante debatir socialmente, incluso a través
 de los soportes mediáticos, qué entendemos los argentinos por 
"reconciliación", que insistir en vano con una denuncia penal sobre la 
cual la Justicia ya se expidió hace años, con una pericia contable de 
por medio. ¿O acaso la Justicia es creíble y justa cuando emite una 
cautelar que dura entre 3 y 10 años, y lo es infinitamente menos cuando 
falla a favor de un gobernante que hizo de la lucha contra las 
corporaciones una consecuente política de Estado? La presidenta 
respondía a la siguiente afirmación de Ricardo Darín: "Desde afuera se 
ve que estamos en el fondo del mar. Yo quiero que le vaya (a Cristina) 
como los dioses. Yo quiero que timonee, que convoque, que baje la 
adrenalina, que llame a una reconciliación. ¿Cómo puede ser que entre la
 gente común haya amigos que no se dirigen la palabra? ¿Sabés hace 
cuánto que no pasaba eso?" 
Sí lo sabemos, Darín: desde el primer peronismo, con un intervalo en la 
década del setenta, que "no pasaba eso". Aquellos fueron los años de 
mayor ofensiva popular. Cuando los pueblos avanzan, se organizan, 
conquistan derechos, alcanzan puestos relevantes en la institucionalidad
 del Estado (por ejemplo el gobierno y las mayorías parlamentarias, 
aunque infinitamente menos en el Poder Judicial), los históricos 
ganadores del capitalismo ven en riesgo la supremacía de sus intereses. 
Es entonces cuando afirman que se terminó la concordia. Apelan al miedo.
 Agitan fantasmas. Dicen "se viene el zurdaje". La reconciliación es 
para ellos un tiempo impreciso, de duración variable, sin densidad 
histórica, de quietud social y calma en las grandes pujas intraclases, 
que pone en el freezer la historia y a resguardo de las clases acomodas 
los inevitables cambios sociohistóricos que más temprano que nunca han 
de sobrevenir. 
Si así ocurriera por siempre, la civilización humana no tendría 
historia, sino, apenas, una sumatoria de siglos, todos iguales entre sí,
 o muy parecidos. La década del noventa es, para ellos, la síntesis de 
la "reconciliación". El ansiado "fin de la historia". La clausura para 
siempre de las ideologías, ese lastre de las sociedades del conflicto, 
siempre en estado latente de revolución. El "jubileo" que reclamaba 
ligera e insistentemente la jerarquía eclesiástica. No en vano los 
indultos a los genocidas, el "vamos por todo" de la impunidad iniciada 
por Alfonsín, el desmantelamiento del Estado en sus funciones económicas
 estratégicas, y la asunción del mercado como el gran (des)organizador 
social. Always. 
 
 
 
OPINIÓN
                           
        
        
            
La política de derechos  humanos no se mancha
            
Ser hijo o hermano de desaparecidos no da derechos 
políticos extra. Si  eso ocurriera se trataría de un privilegio. Y los 
desaparecidos cayeron  en la lucha por otra sociedad infinitamente 
mejor, más igualitaria y  justa, profundamente libre, sin privilegios de
 clase, de sangre o de  cualquier otra especie, tan característicos del 
capitalismo.
          
               
 
  
     
   
                
            
                        Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Roberto Santoro y
 tantos y tantas otras, no presentaron un certificado de intelectuales 
ni dijeron "yo soy escritor" o "yo soy médico", para ser relevados por 
sobre sus compañeros de riesgos de vida y compromisos de lucha asumidos 
colectivamente, con total humildad y plena conciencia.
¿Acaso hay que darle la razón a Eva Donda, hermana de Victoria, que 
piensa igual que Cecilia Pando, cree en la existencia de dos demonios 
iguales aunque de distinto bando, y hasta dio un discurso en la Plaza 
San Martín en reclamo del juzgamiento de los integrantes de ERP y 
Montoneros? De ninguna manera.
Que el cortesano Carlos Fayt haya firmado una solicitada por los 
desaparecidos en 1978 no lo excusa ante quienes lo señalan por haber 
fallado dos veces a favor de las Leyes de Punto Final y Obediencia 
Debida, la última cuando Néstor Kirchner era ya presidente y la Corte 
Suprema tenía su actual composición. Menem estuvo preso durante la 
dictadura y eso no lo exime de su responsabilidad política en el perdón y
 olvido en que vivieron los genocidas durante su gobierno.
Las luchas políticas se libran con política. La historia la escriben los
 pueblos todos los días, con el cuerpo y la palabra, y no con el 
currículum de ex protagonistas devenidos en cualquier otra cosa 
totalmente distinta y ajena a lo que supieron ser alguna vez.
El kirchnerismo supo sobrepasar los márgenes autoimpuestos por los 
fundamentalistas de la imposibilidad. Néstor primero y Cristina después 
obraron con firmeza ante poderosos enemigos, no durante los años en que 
ocuparon cargos de menor importancia institucional, sino al arribar a la
 investidura más significativa de la democracia. No es "relato", es un 
lugar ganado en la historia grande de este país.
Si Clarín tiene objeciones que formular a la política oficial en materia
 de Derechos Humanos debería intentar contrarrestarla con argumentos 
políticos. Así funciona la democracia. Si Magnetto no supiera o no 
pudiera expresar racionalmente sus pensamientos e intenciones, debería 
exigírsele, cuanto menos, que sincere los intereses que lo mueven a 
actuar del modo que lo hace.
Pero no. Eso sería pedirle demasiado a un consorcio empresarial lo 
suficientemente grande y poderoso como para andar fijándose en 
pequeñeces. Cualquier protagonista político o institucional con cierto 
peso en el escenario actual que se meta con Clarín se come, cuanto 
menos, una operación de prensa. La mafia se lleva mejor con intrincadas 
astucias y bajezas morales de cuarta categoría antes que con el llano 
debate de ideas.
Ninguna operación mediática, ningún oportunismo opositor, ningún 
familiar sanguíneo que priorice su vínculo parental por sobre el 
compromiso de lucha de los desaparecidos, podrán manchar a un gobierno 
que hizo del fin de la impunidad, de la reivindicación de los 
desaparecidos, y de la continuidad por otros medios de sus luchas, una 
firme y sostenida política de Estado. Lo que el kirchnerismo hizo 
respecto de lo que pasó en la Argentina durante el Terrorismo de Estado,
 lo distingue en el mundo entero y le da identidad política, sustrato 
ideológico y sentido histórico.  
 
 
 
            
        
          
        
          
        
la justicia, en deuda
                           
        
        
            
La Cámara "en lo Clarín y la Rural" 
            
Si ciertas dependencias judiciales parecen feudos, si la
 prospia de los nombres se repite, bien poco puede esperar la sociedad 
democrática.
          
               
 
  
     
   
                
            
                        La justicia se encuentra desde el primer 
minuto hábil del año 2013 en feria. La mayoría de los juzgados de todas 
las competencias y fueros del país está de vacaciones. Sólo permanecen 
guardias mínimas en algunas dependencias. En otras, ni la luz se 
enciende. Los tiempos procesales se vuelven aun más laxos. La feria de 
enero interrumpe los plazos y prolonga hasta febrero –y más allá 
también– lo que para cualquier ciudadano común resulta improrrogable. 
Por ejemplo, obtener un sobreseimiento al filo de fin de año que lo 
rescate de una prisión preventiva. Pero no: para brindar en casa y con 
la familia hay que llamarse Fernando de la Rúa.
El tribunal más encumbrado de la juricatura nacional sabe que el sistema
 judicial está en deuda con la democracia. Para comprender muchos fallos
 bastaría conocer cómo funciona la estructura interna de los tribunales,
 la matriz oligárquica que articula su burocracia, y lo amigable que 
resulta para sus miembros, la exclusiva "familia judicial". Sólo 
ascienden los portadores de apellido. La movilidad escalafonaria es para
 los ahijados de los padrinos, especialmente en el ámbito de la Corte. 
Si ciertas dependencias judiciales parecen feudos, si la prosapia de los
 nombres se repite como el eco en muchos fueros, bien poco puede esperar
 la sociedad democrática. 
El último acuerdo de cortesanos respecto de la Ley de Medios volvió a 
dejar pagando a los otros dos poderes del Estado. Alguna vez, en pleno 
conflicto con las patronales rurales por la Resolución 125, el todavía 
hoy presidente de la Corte había declarado que lo mejor era "no 
judicializar" los diferendos propios de la política, y que era allí 
donde debían resolverse porque "para eso funciona la política". ¿Seguirá
 pensando igual Ricardo Luis Lorenzetti? ¿Será que para él el lugar por 
excelencia de la política ya no es más la soberanía popular expresada en
 las urnas, ni las decisiones de los dos poderes del Estado de derecho 
renovables periódica y democráticamente?
Sin dudas, el voto no positivo de Julio Cobos les sentó bien a quienes 
no deseaban anticipar tanto los tiempos y obligar a los jueces a 
asumirse como políticos, como pareciera estar ocurriendo ahora. He ahí, 
quizás, otro de los logros de este tiempo de transición, veloz e 
intenso: las cosas cada vez más claras.
Para el juez Raúl Zaffaroni, en tanto, la justicia no es una corporación
 debido a que existe en su interior "pluralidad ideológica" entre sus 
miembros. De acuerdo. Evidentemente, los 200 y pico de jueces y fiscales
 que firmaron la solicitada por "Una justicia legítima" no son los que 
insisten en mantenerse atados como con pernos a las corporaciones 
económicas, mediáticas, eclesiásticas, o a todas ellas juntas. El 
problema es la competencia: ¿habrá en materia judicial algo más 
determinante que un fallo de la Corte? ¿Quién pudo más: aquel intachable
 fiscal de investigaciones administrativas, Ricardo Molinas, renunciado 
por Menem en 1991, o el riojano Julio Nazareno?
Que existen edificantes disputas y hasta una saludable batalla por la 
hegemonía al interior del Poder Judicial es notorio. Tanto como la 
adversidad de los progresistas en la correlación de fuerzas. A veces 
pareciera que el poder económico baja una bandera a cuadros, tras la 
cual el segmento más aristocrático de la justicia se pone en línea y 
firma a coro sus dictámenes. El mismo día que la Corte rechazó el per 
saltum en el expediente Clarín, contradiciendo lo perentorio de su 
anterior fallo y extendiendo la cautelar hasta el impreciso día que haya
 sentencia de fondo, otros jueces de un tribunal de más allá confirmaron
 el sobreseimiento de De la Rúa por los crímenes ocurridos durante la 
represión a la rebelión de 2001. Para la Agencia de Noticias del Poder 
Judicial se trató, apenas, de los "incidentes del 20 de diciembre".
¿Qué pasaría si la cabeza del Poder Judicial enviara un mensaje a los 
tribunales inferiores de absoluto crédito a sus competencias y apoyo a 
su trabajo, aunque también muy claro respecto de su compromiso 
institucional? Algo así hizo la presidenta hace una semana cuando 
identificó a sectores del PJ como responsables por los saqueos 
organizados miserablemente a cuatro días de la Navidad.
Que Néstor Kirchner haya presidido el justicialismo hasta el día de su 
muerte, y que ese partido formara parte sustantiva del Frente Para la 
Victoria, no le impidieron a Cristina producir semejante muestra de 
autoridad, deber democrático y contracción al cargo más importante de la
 República. A la presidenta pareció no pesarle su condición de 
peronista, ni tener pactos con las lecturas más ortodoxas del movimiento
 policlasista. Los pejotistas, claro, no se lo perdonan. Vienen alzando 
las orejas desde 2008, cuando en pleno conflicto con las patronales 
agrosojeras, Cristina dijo que después de las Madres ya nadie podría 
considerar a la Plaza de Mayo como propiedad política exclusiva de los 
peronistas. 
¿Será capaz el Poder Judicial de una conducta semejante, de real 
soberanía también para con la propia tropa, que parece lo más difícil? 
¿O será nomás como dijo Martín Sabbatella, para quien algunos jueces no 
están preparados suficientemente para enfrentar a las corporaciones, 
porque ellas son parte constitutiva de la justicia? ¿Imagina alguien al 
titular de la Corte pidiendo perdón en nombre del Poder Judicial por la 
inacción de los jueces (cuando no pasmosa complicidad) ante el 
genocidio, la impunidad, el saqueo del patrimonio público, el 
desmembramiento del Estado?
Ya sé, ya sé: los jueces deben ser independientes, sus fallos no tienen 
por qué tener en cuenta el contexto, el Poder Judicial debe velar por la
 división de poderes (especialmente si se trata de un gobierno 
progresista y popular), cada causa es un mundo, el fallo de Casación 
nada tiene que ver con la condena de un tribunal oral, mucho menos con 
la cautelar de la Cámara Civil y Comercial. Pero que las hay, las hay. 
Ni en los Estados Unidos la justicia es un enclave al interior del 
propio Estado, con semejantes niveles de discrecionalidad y autonomía, 
como ansían nuestras élites. Los jueces deben ser independientes y no 
autistas sociales, ahistóricos, desentendidos de la marcha de un Estado 
que componen desde su especificidad. A este paso, ¿quién va a negarles a
 Miguens, Biolcati y Etchevehere su derecho a ilusionarse con que la 
"Cámara Nacional de Apelaciones en lo Clarín y la Rural" ampare a los 
hacendados y suspenda a tiempo la "confiscación"?