Los periodistas que se mueren por
tocar
A
ninguno de quienes impugnan la misión comercial a Angola so pretexto de
la situación política y socioeconómica de esa nación africana, se le
ocurriría
reclamarle al gobierno argentino que suspenda las relaciones con Obama
hasta su gobierno concrete el cierre de la cárcel en Guantánamo. Los
gobiernos de Venezuela
y Estados Unidos se detestan mutuamente, pero la compra-venta de
petróleo no se
altera. Con el trato que Occidente brinda al medieval sistema político
que rige
en Arabia Saudita, igual. El comercio internacional no es, por cierto,
una congregación
de buenas conciencias.
“Angola es menos importante que China”, quieren corrernos luego, no ya por
izquierda o derecha, sino apelando al más tosco sentido común. Pero cuando un
Premio Nobel destaca el plan económico argentino tampoco dicen nada. Su lujo es
vulgaridad.
La payasada protagonizada por un capocómico en Luanda es la demostración
más cabal de que aquellos periodistas reunidos en una marcha de protesta
convocada en un canal privado de televisión (y no en una plaza pública), no quieren
preguntarles nada especialmente a los funcionarios del gobierno, sino, apenas, hostigarlos.
Desviar el eje de las políticas oficiales, desvirtuándolas. Tratar de ponerlos
en ridículo, y poco más. Después se quejan de Alicia Castro.
Tanto se detuvieron en la anécdota del cotillón con la leyenda “Clarín miente”, que hubo uno que llegó
al extremo de decir, con tono paternal: “¿Sabrán esos niños para qué sirve una
media?” El lenguaje no traiciona.
Desde luego, el gobierno no fue a misionar por los derechos humanos de los
angoleños, sino a ofrecer bienes argentinos y abrirle nuevos mercados a la
producción nacional. Es una medida de estricta racionalidad económica, que complementa
el esfuerzo por dinamizar la estructura productiva, sumarle valor agregado e
industrializarla. El paso siguiente al proceso abierto con la sustitución de importaciones.
Simple: más trabajo argentino, mejor salario, y aumento del consumo.
A ver: esos periodistas que “quieren preguntar” son los mismos que sembraron
dudas sobre la legalidad del resultado de las elecciones presidenciales. Son
los mismos que en abril de 2010 fueron a llorarle al Congreso de la Nación –que
les abrió las puertas entornadas por el Grupo A–, para pedirle que sea
censurado un acto de las Madres en Plaza de Mayo. Son los mismos que anunciaron
con voz oscura y grave la proximidad de un crimen político en la Argentina. Son
los mismos que durante una conferencia de prensa del ministro Randazzo, la
interrumpieron a gritos y patadas sobre las puertas vidriadas de la Casa de gobierno. Son los
mismos que –WikiLeaks mediante– nos
enteramos de que figuraban en las listas de influyentes comunicadores amigos de
la embajada norteamericana.
Viendo quiénes son esos periodistas, ¿no tiene derecho, acaso, el gobierno
de la democracia a definir con autonomía y decisión su política para con los
medios que lo destratan hasta el límite de la provocación?
Cierta mirada progresista de la política no pasa más allá de lo testimonial.
Se pierde por el agujerito de lo ideológicamente puro e ideal. Se siente más cómoda
en la permanente oposición, que en la construcción de otro destino claramente superador
del presente actual. Su única razón de ser es buscarles el error de forma a los
gobiernos, y no la errata de contenido a los poderosos. Apenas un ejercicio profesional.
De tan “críticos” que parecen, resultan neutrales a lo que verdaderamente se
discute en la base material. Son simples utilitarios.
Porque una cosa es el poder formal del Estado y otra muy distinta el poder
fáctico de las corporaciones. Los gobiernos se eligen cada cuatro años, y
renuevan bianualmente su representación parlamentaria, pero los grupos económicos
se eligen a sí mismos y lo hacen todos los días. Para ellos el derecho a la
reelección es permanente, y su mandato, indefinidido. No necesitan reformar la Constitución , con el
capitalismo les alcanza. Hasta el fallo de la Corte del martes, ante cualquier contingencia
recurrían al “fuero cautelar”. ¿A qué cartuchera apelarán ahora?
El kirchnerismo rompió con esa imposibilidad autoimpuesta del progresismo.
Antepuso el destino común por sobre su propio ombligo. No hizo caso a su ego y
hasta tensionó su indiscutible identidad peronista. El progresismo se la pasó
durante años diciendo qué estaba mal y qué estaba bien, y cuando un gobierno se
decidió a encarar los desafíos por ellos mismos sugeridos, se quedó afuera por
decisión propia, contándole las costillas al gobernante que decidió tal abordaje.
Es una lástima; la pregunta es por qué.
¿Por la política oficial en Derechos Humanos, acaso?
Reveladora de sus formas, al kirchnerismo no le bastó con promover la prisión
de los genocidas; allí también dijo “vamos por todo” y sumó un nuevo prólogo al
libro Nunca Más (aquel de la Teoría
de los Dos Demonios), aunque sin quitar el texto original, para que quedara
plasmada en las siguientes ediciones y antes las futuras generaciones de
argentinos, el cambio de concepción que guía al Estado desde 2003. Fue demasiado
para los histriónicos y selectos socios del Club del Progre.
Mal que les pese a muchos, el kirchnerismo sobrepasó los límites recomendados
por los fundamentalistas de la imposibilidad. Néstor primero y Cristina después
obraron con firmeza ante poderosos enemigos, no durante los años en que ocuparon
cargos de menor importancia institucional, sino al arribar a la investidura más
significativa de la democracia.
Tras el traspiés electoral de 2009 no se sentaron a negociar su retirada
con los poderes invisibles, que mantuvieron a la democracia “en libertad
ambulatoria”; fue justamente allí cuando profundizaron su visión inclusiva de
país. Fueron al revés de todo lo conocido y aconsejable por ese inútil manual
del posibilismo que siguieron al pie de la letra sus actuales adversos por centroizquierda
de centroderecha. No fueron idealistas y socializantes cuando jóvenes, y
tecnócratas y talibanes del mercado al momento de asumir, grandes y maduros de
edad, la más alta función del Estado.
¿Qué ejemplo ilustra mejor el presente y el desafío inmediato de los
argentinos; cuál gesto político y comunicacional es más edificante socialmente:
el de los diputados de La
Cámpora , en jeans y camiseta, entre el barro del temporal, ayudando
a los vecinos de Ituzaingó, o el de Lanata negándose a dejar de fumar en cámara
hasta tanto “dejen de robar”? ¿Cuál concepto debe prevalecer en nuestra
democracia: “al país lo reconstruimos entre todos” o “que nada cambie sino
cambia todo, al mismo tiempo y como a mí me gusta”? El fascismo nunca se llevó
bien con la contradicción.