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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 23 de mayo de 2013

la carta de hebe ante la muerte de videla

No nos han vencido

El gesto más elocuente de Hebe en su carta pública fue no hablar del genocida muerto, sino de sus hijos.





Hebe de Bonafini dijo que debió tomarse unos días para poder decir algo sobre la muerte del genocida. En la carta abierta que escribió "para que todos los que esperaban mi voz se enteraran qué pensaba", confesó haber sentido "una gran angustia, un gran dolor que me atravesaba por todos lados (…) Pensé en todas las Madres, en tanto dolor, en todas las familias destruidas. Se me vino el mundo encima y cada vez que me llamaba alguien sentía más angustia, porque la mayoría de los que habían apoyado la dictadura, los diarios, sobre todo Clarín, ahora le dicen 'dictador', ahora le dicen 'genocida'. ¡Qué vergüenza! Pero yo seguía pensando en ellos, nuestros hijos".

En Hebe, el dolor y la angustia, si bien la paralizaron inicialmente, la defendieron de la hipocresía y de la mentira disfrazada de oportunismo. Siempre fue así. En las Madres de Plaza de Mayo, el dolor sí; pero el desánimo, la impotencia, jamás. En la Plaza nunca se permitieron llorar delante del enemigo. "A la Plaza se viene a luchar, no a llorar", se decían entre ellas, cuando a alguna, doblada por la desolación, le resultaba imposible seguir conteniendo las lágrimas. "La furia fría", como demandaba Rodolfo Walsh.


El gesto más elocuente de Hebe en su carta pública fue no hablar del genocida muerto, sino de sus hijos. No gastar demasiado tiempo en él. Después de todo, Videla era apenas un tornillo oxidado en la caja de las herramientas que ya no sirven más, inútil para la tarea criminal que le encomendaron otros que siguen renovando, paciente y sutilmente, su stock de arandelas. Evidentemente, Hebe no quiso ensuciar el claro ejemplo de sus hijos, la memoria de sus luchas, el recuerdo de su valentía, siquiera nombrándolo. Dice el apellido del genocida sólo una vez, al comienzo, apenas situando el texto. "Murió Videla", circunscribe. Y punto.


En la carta Hebe no llama a sus hijos por sus nombres. Refiere a ellos en plural. "¡Qué suerte que tuvimos hijos tan valientes! Esa es la única felicidad que me surgió al final: la valentía de nuestros hijos de dar sus vidas para que otros vivan", escribe. Sus hijos son los 30 mil. Todos. Incluidos quienes no salieron de su vientre ni tuvieron la suerte de tener una madre como ella, leona como se descubrió Hebe a sí misma, tigresa como fueron sus compañeras. Generosas, las Madres socializaron la maternidad para no dejar solos, en las sombras del olvido, confinados a los calificativos "sectarios", "foquistas", "terroristas", a quienes ni siquiera tuvieron la dicha de tener quien reclamara por ellos.


Hace 36 años que las Madres están en la calle y en su proceso de convertir el dolor en lucha se hicieron Madres de todos los desaparecidos: de los guerrilleros, los curas, los maestros, los sindicalistas, los catequistas, los pensadores, con armas en la mano y no. Hasta desbordaron de sus pañuelos los nombres de cada uno de sus hijos, para zurcir en las telas blanquísimas, ex pañales de cuando el hijo ausente era bebé, una leyenda común, compartida, fruto de su experiencia colectiva: "Aparición con vida de los desaparecidos". De todos los desaparecidos. No del hijo o hija propia.


Ese fue un enorme acto de desprendimiento y altruismo, propio de los revolucionarios de verdad, que significó un avance notable en la conciencia de nuestra clase trabajadora, tan maltrecha como había quedado tras el terrorismo de Estado. Fue el paso previo a reivindicar sus luchas y reconocerlos como revolucionarios; el movimiento inmediato anterior a gritarle al mundo que sus hijos no cayeron por perejiles, sino por militantes.


Sus hijos jamás pensaron que iban a morir. No fueron suicidas, ni locos, ni idealistas pasados de rosca. Asumieron conscientemente el riesgo de la muerte y/o la degradación total de la condición humana sobre sus cuerpos. Se propusieron vencer, no morir. Le opusieron su vida a una verdad histórica: cuando sus intereses corren peligro, el imperialismo y sus burguesías locales aliadas son capaces de llegar hasta el genocidio con tal de defenderlos. Como el Che, sabían que si es verdadera, en una revolución se triunfa o se muere. Y vaya si era verdadera.
Por lo demás, Videla ya era un muerto político desde muchos años antes que su cuerpo no anduviera más. Su agonía se inició el 30 de abril de 1977, cuando las Madres marcharon por primera vez frente a sus narices. Ese día, aunque ellas no lo sabían entonces, lo derrotaron. Lo que vino después apenas si fue una sobrevida prestada por los poderes políticos, judiciales y mediáticos de la "legalidad republicana", que lo sentaron a la mesa de la impunidad. Convidarlo a Videla era darse de comer a sí mismos.


Pero esa sobrevida, ese banquete impiadoso y vergonzante, ese tiempo de descuento que duró 20 años, también alcanzó su final. La muerte definitiva de Videla llegó el 24 de marzo de 2004, cuando Néstor Kirchner le ordenó al jefe del Ejército que bajara su retrato de las paredes del Colegio Militar de la Nación. Lo que quedó de Videla después de ese vital gesto de la democracia (ahora sí, democracia, y ya no "legalidad republicana"), apenas fue su cuerpo. La mueca oscura de su piel. Unas manos huesudas ya sin la sombra de sus mandantes encima, dictándoles el mismo libreto que ahora ejecutan otros actores. Videla era un muerto en vida; los hijos de las Madres murieron viviendo.


Durante todos estos años las Madres sostuvieron con empeño y enfrentando muchas adversidades las banderas de lucha de sus hijos. Hablaron de revolución y socialismo en medio de la noche neoliberal. Esas banderas sin mástiles, con soles, fueron heredadas sin ceremonia previa, en la peor de las circunstancias imaginables. Sus hijos votaron en asamblea, a mano alzada, y les dijeron: "Ahora sigan ustedes." No tuvieron tiempo de otra cosa. Fueron testigos y firmaron el acta, el dolor, la rabia, el amor al pueblo, la confianza en el porvenir.


Desde el año 2003, es el mismísimo gobierno nacional quien alza y comparte los sueños transformadores de la generación diezmada por el terror, reuniéndolos con los de otros pueblos y gobiernos de la región latinoamericana, en una mixtura potente y conmovedora. Esa es la gran muerte de Videla. La que más importa, porque está dentro de la historia y excede su inmundo cuerpo. No nos han vencido.

jueves, 9 de mayo de 2013





La derecha del  injusticialismo

Conversos: los "peronistas" de Clarín

La derecha "peronista" no le pide al kirchnerismo que consensúe nada; le exige rendición con bandera blanca.


Alguna vez un arquero de renombre internacional les reclamó a sus defensores "ser más hijos de puta en el área". Sería peronista. Nadie mejor que el Movimiento enseña a sus hombres que cerca del arco propio no debe cabecear el delantero rival. Nunca. La derecha también lo aprendió. De ahí su nuevo viejo intento: insistir con cooptarlo, estafándolo ideológicamente.

El genérico "derecha" –apenas una denominación para referir la expresión político-ideológica de las corporaciones económicas– tiene claro que el peronismo es la síntesis a la que arribó la clase trabajadora argentina. Para abortar cualquier proceso popular ascendente, redistribuidor de riquezas, socializante, le resulta ineludible situar a ese movimiento –por momentos impreciso, y siempre con fuerza organizativa, gran presencia territorial y aun mayor vocación de poder–, en el versátil bando de la reacción. Así se explican los casos de Menem, Reutemann, Duhalde, De Narváez, Rodríguez Saá, y más recientemente Hugo Antonio Moyano.

Hace diez años que lo que se está discutiendo en la Argentina es la distribución del ingreso y un determinado modelo de país: con inclusión social, o sin ella. La dictadura y su consecuencia civil habían clausurado esa discusión. Creían que era para siempre, hasta que llegó "la anomalía kirchnerista", al decir de Ricardo Forster, y volvió a abrirla. Su tránsfuga estrategia le proporcionó relativos éxitos a la derecha. El más escandaloso fue el de la década del '90, cuando neoliberales travestidos de "peronistas" devastaron el país y ataron su destino inmediato al núcleo más concentrado de la economía transnacional, condenando a millones de familias al hambre, el atraso y la ignorancia, en nombre, justamente, de las más altas banderas de la doctrina social del justicialismo.

¿Dónde ubicar políticamente el besito de Moyano a Patricia Bullrich? ¿Cómo entender el estrechón de manos entre Piumato y el camarista Recondo? ¿Alguien vio casándose al canillita con el dueño del diario y del papel para hacerlo? ¿A la evangelista Hotton con el pecador Venegas? Sí. El recuerdo de Moyano de cuando "Perón los echó de la plaza" y la presencia de Aldo Rico en el lanzamiento de su partido, completan el cuadro y le dan contenido ideológico al adefesio. Después de todo, hasta Massera se decía peronista.

¿Qué pensará De la Sota de Felipe Vallese, cuyo recuerdo interesado cubre por izquierda la espalda del moyanismo? ¿Acaso que su madre no lo crió del todo bien, como les dijo el gobernador a las Madres de Plaza de Mayo el 24 de marzo de 2004, luego de que ellas reclamaran públicamente que no asistiera al acto de expropiación de la ESMA, con el que el cordobés quería lavar su imagen pública?

Imposible olvidar cuando Moyano sacó por primera vez sus pies fuera del plato y dijo en Huracán, apenas Cristina asumió su segundo mandato, que el peronismo "es una cáscara vacía". ¿Acaso habrá encontrado la pulpa en esa particular ingeniería electoral que juega a dos puntas con Mauricio Macri? ¿El carozo en Lavagna?

"Peronistas", sólo cuando les conviene, y cuando no, "yo no fui". Como Ramón Díaz. No pocos "peronistas" que les agarra demasiado temprano el viejazo se vuelven una caricatura de uno que hizo escuela: Alberto F. Contingencias de la profundización, que le dan la razón a la sintonía fina.

Eso sí: después le imputan al kirchnerismo su propensión a interpretar la política desde una ecuación "binaria", como dicen, indivisible, rudimentaria, que no admite terceras interpretaciones, ni soluciones en diagonal. Si así fuera, ¿cómo se entiende el "Ella o vos" del Ricardo Fort de nuestra escena política?

El pliego de condiciones que Claudio Escribano le planteó a Néstor Kirchner en 2003 sigue esperando. La derecha "peronista" no le pide al kirchnerismo que consensúe nada; le exige rendición con bandera blanca. Sabe que cuenta con el formidable aparato mediático y económico de las más grandes corporaciones. Cree que la severa crisis internacional, que insiste en alzar su voz en la economía doméstica, le sirvió un impensado córner a favor, que no quiere desaprovechar.

Mal que les pese a muchos, el kirchnerismo es la conciencia para sí alcanzada por el pueblo trabajador a esta altura dura de la historia. La herencia de ese movimiento plebeyo, contradictorio, el hecho maldito del país burgués, con una rica historia insurreccional, es el principal capital cultural del kirchnerismo. Sus objetores "peronistas" adolecen completamente de él.

Desde el fin de la dictadura, el Estado –que no dejó de ser burgués– nunca como ahora fue escenario de pujas entre clases tan evidentes. A un lado el lucro indiscriminado para unos pocos, y en el otro rincón el bienestar relativo (trabajo decente, aceptables niveles de consumo) al que pueden aspirar las cuatro sextas partes de la sociedad bajo las férreas condiciones que impone el capitalismo, y más en tiempos de una fortísima crisis internacional.

 No es poco.

El proyecto político que designa otro rol para el Estado cumple diez años consecutivos en el poder. No ya un Estado para reprimirlos desbordes sociales que provocan las políticas de exclusión, sino un Estado-motor de la economía, articulador e integrador social. El Estado como garante, no ya de tupidos negocios privados, sino de un desarrollo endógeno y socialmente armónico. Y, esencialmente, un Estado que entiende sus lineamientos estrictamente económicos y sus transformaciones en la base material, como parte de una batalla más amplia: histórica, cultural, ideológica y política, a ser librada simultáneamente.

Previsiblemente, las resistencias a ese proyecto irán en aumento. Más en un año electoral. Como en los años '90, algunas de ellas volverán a vestirse de "peronistas". No son tantos, pero su poder de fuego mediático es inversamente proporcional a su cosecha en votos. Son viejos conocidos aquí. Se creen dueños de todo, incluidas la "justicia", el "peronismo", y hasta hace pocos años nomás, el mismísimo Estado.

No alcanza: les falta el pueblo. Caminan a fracasar con total éxito.

lunes, 6 de mayo de 2013

simplemente, hebe

El regreso de la presidenta de las Madres

Hebe es así. La militancia, primero; ella, después. Sus compañeras, siempre. Sus 30 mil hijos e hijas, ante todo.



Después de un largo mes de ausencia en la escena política, Hebe de Bonafini volvió a hablar en público. Fue el martes pasado, en el acto central de las Madres de Plaza de Mayo en celebración de sus 36 años ininterrumpidos, increíbles, vitales de lucha. El formato de su aparición fue singular, pero igual de intenso: a través de una video conferencia desde la casa de su hija, María Alejandra, quien la cuida. Sus compañeras y cientos de militantes que colmaron el salón mayor de la Universidad de las Madres, la escucharon con atención. Y se emocionaron con las lágrimas de Hebe, visiblemente conmovida.

En más de 40 minutos de discurso, Hebe recorrió circunstancias emblemáticas de la historia de las Madres, repasó anécdotas y hasta hizo reír al auditorio. No dejó dudas: sigue siendo la misma de siempre, y volvió a salir invicta en una disciplina en la que es ciertamente imbatible: la oratoria. Ni la ajenidad y extrañeza propias del Skype la intimidaron. Alguna vez, cuando se quebró la tibia y el peroné y desde la Casa de las Madres y con muletas siguió dirigiéndolo todo, dijo: "Dolor es lo que no se puede curar, lo que no tiene solución; lo otro, lo que se cura con aspirinas o tratamiento, eso no es dolor, apenas es una molestia." Indudablemente sigue pensando lo mismo.


Por si alguien no lo sabe, durante todo este tiempo Hebe estuvo volando bajito, recuperándose de un ataque de asma bastante más pronunciado que los que la acompañaron y fueron parte de ella durante toda su vida. Tan pronunciado que durante tres días varios temieron por su vida, según ella misma contó el martes. Es que Hebe había estado en la segunda semana de marzo en gira de trabajo por Italia. La agenda de actividades programada por el Grupo de Apoyo en la Península fue muy intensa, y su cuerpo le pasó factura. A su edad (cumplirá en diciembre 85 años), es difícil cruzar el océano y pasar del verano tardío al último frío en cuestión de horas, sin resentir los bronquios de tanto apurar el regreso para llegar a tiempo a los actos por el 24 de marzo y la vuelta al aire de la radio de las Madres, su querida AM 530.


No es difícil imaginar la bronca que habrá sentido Hebe al ver lo que sucedía en La Plata, su ciudad de toda la vida inundada, mientras ella estaba en la cama del sanatorio, sin poder ayudar con su propio cuerpo en las tareas más elementales de la solidaridad. Nunca Hebe les preguntó a sus pulmones qué pensaban sobre su lucha; esta vez, los fueyes le plantearon una severa discusión. De ahora en más ambos tendrán que ponerse de acuerdo.


Hebe es así. La militancia, primero; ella, después. Sus compañeras, siempre. Sus treinta mil hijos e hijas, ante todo. Pero, ¿quién es Hebe? ¿A qué misterio estamos haciendo referencia cuando sobre ella hablamos?


Hebe María Pastor, que así figura en su documento, nació en el barrio El Dique, en Ensenada, cierto día de diciembre del año 1928. El mismo año, pero unos meses antes, había nacido el niño Ernesto Guevara, que tres décadas más tarde sería conocido en el mundo entero como Che.


Hija de trabajadores, Hebe se crió en un hogar en el que no sobraba mucho, pero al que tampoco le faltaba nada. La economía de la casa era sostenida por el empleo de su padre en la destilería de YPF, cerca de donde Hebe había salido al mundo por primera vez. Aquellos valores aprendidos en el seno de su hogar obrero y con los que crió a sus hijos, guiaron toda su vida pública. También a sus compañeras, la gran mayoría de ellas nacida en familias de la misma condición social.


Al igual que las demás Madres, Hebe descubrió la Plaza de Mayo y su sentido político una vez que desaparecieron sus hijos y empezó a reunirse y marchar en forma circular alrededor de la pirámide, junto a sus compañeras de búsqueda y dolor compartidos. Para entonces, Hebe había dejado de ser Pastor para llamarse Bonafini, el apellido que sus hijos, secuestrados por la dictadura cívico-militar, comenzaron a dejar vacante. Utilizar el apellido de casadas es la única concesión que las Madres les hicieron al recuerdo en singular, individual de sus hijos e hijas, que ellas siempre rechazaron. Haber socializado la maternidad en un país cuyo sistema de dominación siempre tendió a privatizarlo, particularizarlo y atomizarlo todo, fue su gran aporte a la conciencia de lucha del pueblo al que pertenecen y del cual son unas de sus más destacadas hijas.


Debido al carácter transformador y vital del colectivo Madres de Plaza de Mayo, la conducción de Hebe, elegida inicialmente en 1976 y confirmada en 1986, se revalida a diario. Su cualidad reside en la capacidad que tuvo para expresar en sí, como una síntesis, las singularidades de cada Madre que compone la Asociación, potenciándolas.


Para Hebe el mundo es la Plaza de Mayo. Su estética, los hijos; la épica, sus compañeras; y la filosofía, el hombre y la mujer que pasan por enfrente, silbando, yendo contentos al trabajo, al amor, a la militancia, eso tan simple y a la vez tan definitorio: apenas la clara victoria de lo humano por sobre el odio y la mezquindad tan característicos en el capitalismo.


Se lucha como se vive, enseñaron las Madres. Con naturalidad y pasión. Sin ninguna pose. 


Sabias y desconfiadas, nos hacen mirar de reojo a quienes enfatizan demasiado su "compromiso". "La revolución es lo único importante, y cada uno de nosotros, solo, no vale nada", aprendieron del Che, que se los dijo a sus hijos en su última carta, de despedida. La vida entera se pasaron las Madres buscando lo importante, despejando la maleza, cantando el estribillo de esta canción. Lo encontraron. Ahora les toca a quienes siguen detrás suyo continuar llevándola al triunfo final. Más que una tarea militante, es un mandato histórico.