LAS MADRES EN SANTA CRUZ
Ponerle el cuerpo a la memoria
Publicado el 19 de Enero de 2012Por
En su marcha alrededor de la Pirámide del jueves pasado, Hebe de Bonafini anunció que la siguiente cita pública de los pañuelos blancos se realizaría lejos de la Plaza de Mayo: en la plaza principal de Río Gallegos, al sur del Sur, ciudad natal del ex presidente Néstor Kirchner.
A las Madres de Plaza de Mayo nunca les gustaron los homenajes póstumos. Pero a veces la muerte se adelanta demasiado imprevistamente al tiempo. Cuando llega, tan de repente e inoportuna, nos obliga a dar respuestas que nunca imaginamos. Siempre que honran a quienes ya no están, las Madres insisten en recordarlos vivos. Los piensan en sus momentos de mayor vitalidad. Es la manera que encontraron de resistir a la muerte, hasta vencerla.
Por cierto, el suyo no es un triunfo menor, tratándose de un sistema de dominación, extendido a escala global, que en su peor y más brutal circunstancia histórica supo planificar hasta el detalle la desigualdad social, y descender hasta los infiernos de la desaparición y la tortura para concretarla.
En su última marcha alrededor de la Pirámide, del jueves 12 de enero, Hebe de Bonafini anunció que la siguiente cita pública de los pañuelos blancos se realizaría lejos de la Plaza de Mayo: en la plaza principal de Río Gallegos, al sur del Sur, ciudad natal del ex presidente Néstor Kirchner. Será la primera vez en 35 años de ocupación política de la histórica Plaza que ellas no marchen allí.
Desde el martes pasado, más de una docena de Madres de Plaza de Mayo, integrantes de distantes filiales del interior del país, se encuentran en la provincia de Santa Cruz, y permanecerán allí hasta mañana. Su primera acción, apenas arribadas, fue sellar con el ex presidente “un juramento de fidelidad, el mismo que sellamos con nuestros hijos: no aceptamos su muerte, están vivos para siempre y no negociaremos su sangre”. El contrato hecho público en esa ciudad patagónica alcanza el compromiso de que “jamás lo traicionaremos”. Lo firmaron con sus cuerpos en su propia tierra, pero el vínculo ya venía de antes. Las obligaciones que los unen son tan fuertes e inalterables como el viento sobre la estepa.
La memoria de las Madres es así. Además de fértil, es la resultante de un ejercicio siempre apasionado, que mixtura cuerpo y pensamiento. Las Madres no son de firmar declaraciones así nomás; para ellas, todo debe demandar un esfuerzo físico. Su ejemplo más concreto dio en una de sus mayores creaciones: la Marcha de la Resistencia, de 24 horas continuas de caminata en la Plaza de Mayo, iniciada durante el terror dictatorial (diciembre de 1981) y finalizada en enero de 2006, veinticinco marchas después, porque “el enemigo ya no habita la Casa Rosada”, como dijeron entonces sobre Néstor Kirchner.
Para las Madres, sólo a través de esa apelación al cuerpo cobran sentido sus intervenciones públicas. Las más urgentes y coyunturales, y también las simbólicas. En su caso, la metáfora del “parto de la historia” se vuelve literal. Ellas aprendieron a decir sus verdades con sus entrañas. A teorizar desde su práctica diaria. Siempre ha sido así. No podrían hablar de la igualdad sin practicarla primeramente, turnándose para lavar los platos tras sus almuerzos previos a las reuniones semanales de discusión política.
Para escribir un texto de homenaje a Néstor Kirchner, o pronunciar siquiera una sola palabra que enaltezca su figura, antes necesitan conocer la tierra donde nació, el poniente que inspiró sus sueños, el bar donde discutía con sus compañeros, la casa que habitó con su esposa e hijos, los edificios gubernamentales donde ejerció sus cargos anteriores al de presidente de la Nación, sin importarles que para ello deban trasladarse a más de 2000 kilómetros de su lugar en el mundo, a una de las últimas ciudades continentales de América Latina.
A sus 85 años de edad promedio, las Madres lo hacen porque entienden que el santacruceño es un prócer de su época, que hay que humanizar ante los ojos de las generaciones actuales e inmediatamente siguientes, para multiplicar su legado. Y hacer rendir su ejemplo. Un hombre común y corriente, pero con grandísimas responsabilidades. Como Moreno, Belgrano o San Martín, sólo que mucho más cercano en el tiempo. Contemporáneo a los pañuelos blancos. Es su modo de apropiarse de la historia. De tutearse con sus hitos y leyendas. Las Madres también son parte de ella.
Sabias sin título, las Madres así aportan a la discusión intelectual de estos días: el revisionismo debe incluir la propia praxis. En su caso, empezó por ellas mismas, que pasaron de ser madres en singular, de cada hijo o hija que falta, a madres en plural, de todas y todos los ausentes, guiadas por un solo objetivo: reivindicar sus ideales y continuar sus luchas bajo las nuevas condiciones sociohistóricas. Debemos ser hombres y mujeres de nuestras circunstancias, comprometidos con nuestra propia transformación y superación personal, sin pretender nada para sí y todo en función del colectivo social e histórico que componemos.
La derecha desespera cada vez que Cristina Fernández habla de Él, nombrando de ese modo, entre mítico y cercano, presente siempre, a su compañero de toda la vida. Los enemigos del pueblo, por el contrario, quisieran certificar su muerte. Encerrar a Néstor Kirchner en un cajón de madera lustrada en el que quizás nunca estuvo, como sugirió miserablemente Mirtha Legrand, apenas unas semanas después de aquel 27 de octubre de 2010, mientras el pueblo lo lloraba todavía. Los perturba sobremanera que la presidenta no se sumerja en la angustia y la desilusión. Impotentes y desencantados con el cáncer que no fue, se la agarran ahora con los médicos. Contra todos ellos, el gesto de humanidad y de profunda lucidez de las Madres de Plaza de Mayo: no homenajearlo fría y apenas formalmente, sino inspirarse en la vida del ex presidente para nutrirse de él.
Las Madres saben que “poeta es mucho más aquel que inspira que aquel que está inspirado”, como decía Paul Eluard. Ellas enseñan que las discusiones se ganan con el cuerpo. Que más importante que vencer en las argumentaciones es tener razón. Que la historia se construye con rigor, sin otro ornamento que la verdad. Como una receta de cocina. Quizás ese sea su mayor aporte a la causa de los pueblos: se lucha como se vive. De ahí su humilde disposición a conocer de cerca cómo vivió Néstor Kirchner para comprenderlo en toda su dimensión.
Las Madres fueron hasta el más lejano sur a rastrear su ejemplo, para compartirlo al jueves siguiente con quienes las acompañan semanalmente en Plaza de Mayo. Como las cenizas de decenas de sus compañeras, esparcidas en ceremonias íntimas por lugares indeterminados de la Plaza, las enseñanzas del patagónico también abonarán ese suelo crucial de la historia argentina, que seguirá su camino de libertad, igualdad social e integración latinoamericana, o todo lo contrario. Hoy más que siempre, quizás como nunca antes, de nosotros depende.